Casi una isla, casi un paraíso…

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Casi una isla, casi un paraíso…

Mario Peña CodeffTomo prestado el título del libro de Godofredo Stutzin: “Fast eine Insel, fast ein Paradies” para hablar de paradojas, de participación, de felicidad, de crisis y de una  organización que defiende la naturaleza y los ecosistemas.

El sábado 6 de junio, en una mañana fría otoñal, tuvo lugar la Asamblea Anual de Socios de CODEFF. Esta es una instancia en que los socios, año a año, tenemos la oportunidad de conocer lo que la institución está haciendo; en qué está invirtiendo sus recursos económicos y qué se plantea a futuro. Es una cuenta pública. Un rito “republicano-ambiental”. Un momento para encontrarnos y expresar nuestro compromiso de defender la flora y fauna y de construir un país ambientalmente sustentable. La democracia y la participación es un principio que está en nuestros estatutos. Pero para que deje de ser sólo una declaración, tiene que, su base societaria, arroparse de derechos y deberes. Derechos como informarse y evaluar qué están haciendo las personas que han sido elegidas para dirigir esta institución; cómo la institución está incidiendo en las políticas públicas ambientales del país; qué aportes está haciendo para aumentar la conciencia conservacionista y ambientalista; qué proyectos está llevando a cabo para cuidar y conservar los ecosistemas naturales y las especies de fauna y flora de nuestro país; en qué alianzas estratégicas estamos con socios internacionales. Junto a estos derechos están ciertos deberes: como participar activamente, asistir a esta asamblea, aportar con la cuota societaria, a ser parte de proyectos o iniciativas que la institución esté realizando, entregar, a través de trabajo voluntario, conocimiento, tiempo, dedicación. Sin embargo, en la Asamblea de este año, había una veintena de socios. ¿Por qué tan poco asistencia? ¿Por qué tan poco participación? No hay nada de extraño, me comenta un amigo. En el Chile de hoy no es una novedad la poca participación en ejercer los deberes. Es más bien la regla. Exigimos nuestros derechos, pero no estamos dispuestos a hacer las cosas que nos competen y a la que nos hemos comprometido. Una paradoja que nos retrata de cuerpo entero, en el momento socio-político-ambiental que estamos viviendo como ciudadanos de este país.

Por estos días, estamos viviendo en CODEFF una crisis financiera, que no escapa a la realidad de la mayoría de las ONGs de este país. Nos ocupamos de la salud de nuestra naturaleza y, además, tenemos que invertir nuestras energías en buscar el financiamiento para ello. Cosa que no es fácil y que tiene un resultado nefasto: no tenemos financiamiento para la planilla de las personas que hacen funcionar esta institución. Así de simple, estamos trabajando a media máquina, gracias a un colchón que teníamos y que nos asegura un par de meses más. La consigna es achicarse para sobrevivir, cuando afuera crece la fuerza destructiva de la naturaleza. Permítanme hacer un links con la felicidad.com.

¿Qué tiene que ver la felicidad con la crisis? Nada y todo. Depende del lugar en que nos paremos. Si nos paramos en el polo de la desesperanza, en buscar culpables o de sentirnos culpables por no haber hecho ciertas acciones o por haber hecho otras, entonces aparecen las emociones como el miedo, la rabia, el resentimiento y poco a poco nos vamos estresando y desencantando. Si nos paramos, en cambio, con una actitud de aceptar lo que nos está pasando y nos abrimos a aprender del momento, aparece el optimismo, la alegría, la curiosidad. Nos volvemos a conectar con un mundo de posibilidad que nos está esperando, allá afuera.

¿Dónde está la felicidad? –se pregunta Ignacio Fernández, psicólogo y académico de la U. Adolfo Ibáñez, en su libroGPS Interior. En él plantea que la mayoría de las personas creen que la felicidad consiste en breves momentos de emoción, chispazos que nos toman y nos llevan a un estado de exaltación o manía, y que así como llegan, se van. Son los momentos “estelares” de los que habla Pancho Mout, en sus talleres inolvidables. Comúnmente se piensa que, como no es posible sostenerla, los períodos buenos y beneficiosos tienen que ser seguidos por momentos malos y oscuros, en una especie de péndulo emocional constante. Y esto no tiene por qué ser así, ya que la felicidad no es efímera; se constituye en un estado permanente para una persona según cómo gestione sus afectos, cómo mantiene su armonía interna y, por supuesto, su propia concepción de felicidad. Igual que él creo que la felicidad está en el acto amoroso de darle algo a alguna persona o a un grupo.  Es esa disposición, ese sentimiento y la calificación de ese acto de entrega lo que convierte a una acción en un acto feliz.  Escribe Fernández: “Soy feliz cuando despliego mi capacidad de sentir amor (por personas, causas o cualquier otro objeto) y realizo las acciones concretas que den cuenta de esa entrega. Por eso el amor verdadero es gratuito, incondicional y no depende de las reacciones de los otros ni de los resultados que obtengo al amarlos. La felicidad radica en una actitud amorosa, generosa y constructiva ante la vida y el mundo, derivada de la gratitud de ser regalado con la Vida”.

En el último Reporte Mundial de Felicidad 2015, Chile pasó del lugar 28 al 27, de 158 países, en el ranking de felicidad y satisfacción con la vida. Más allá del ranking, que ranking se puede hacer para todo, lo que debiera interesarnos es entender por qué ciertos países son más felices que otros. El economista y psicólogo Wenceslao Unanue, también académico de la U. Adolfo Ibáñez, en una entrevista que da La Segunda, dice que el crecimiento económico nos está haciendo mal porque nos hemos convertido en un país muy individualista, que piensa que mientras más PIB, mejor es la sociedad. Según él, el informe señala que es todo lo contrario, ya que hay un montón de países desarrollados que muestran que la relación es inversa. Las cosas que sí hacen a los países y a las personas más felices y más satisfechas con su vida, tienen que ver con el compartir con otros y con la membresía  en organizaciones, ya que las personas que participan son más felices porque le encuentran más sentido a su vida, porque se relacionan con otros, porque piensan que están ayudando a cambiar la sociedad. De eso da fe el fundador de CODEFF, ese “viejo sabio” que no sólo participó en la construcción de nuestra organización, sino que  construyó su propia isla de felicidad, a los pies de la Cordillera, en El Arrayán, donde diariamente convivía en armonía con la flora y con sus animales, entregándoles amor.  El ya no está en este mundo físico pero su legado sigue “apalancando” a nuestra institución y se pueden seguir en sus libros. Especialmente en ese que escribió a sus 85 años, en su lengua natal y cuyo título le pido prestado, en esta ocasión. Permítanme traducir un párrafo: “Es otoño, el sol brilla, el viento sopla y las hojas caen –eso me incluye también a mí. 85 años han pasado frente a mí. Estoy, en cierto sentido, con buena salud y activo; sin embargo el cansancio aumenta. Esperanzas e ilusiones caen y pasan como hojas marchitas. Ya no creo más que, a pesar de todos mis esfuerzos y por lo que he luchado toda mi vida –en palabras y hechos-, la situación de la naturaleza y los animales volverán a mejorar. Ya me he acostumbrado a la idea de que todo lo que uno hace está en retirada y que lo único que podemos crear son sólo “islas” que a lo largo del tiempo puedan detener la corriente del deterioro”.

CODEFF es otra de esas “islas” que él creó. ¿Seremos capaces de honrar su memoria continuando su legado, en este siglo, renovando las esperanzas y las ilusiones para detener la corriente del deterioro y mejorar la situación de los ecosistemas, de la flora y la fauna? ¿Seremos capaces de hacer de esta isla un paraíso?

Por Mario Peña, director ejecutivo de CODEFF.