Es preocupante e intrigante que, en medio del encendido debate respecto de nuestro destino nacional, se esté soslayando lo que representa probablemente una necesidad y un desafío mayores que el cambio de la Constitución de 1980. Es preocupante que nos hagamos tantas expectativas respecto a cómo mejorarían nuestras vidas con una nueva Carta Magna y que al mismo tiempo estemos ignorando que lo que se está tragando el territorio, los ecosistemas, las cuencas, los glaciares, los bosques y humedales, las aguas y la biodiversidad, no es la Constitución del 80.
En la práctica, lo que ha provocado esta debacle socioambiental y la aberrante inequidad «tercermundista» que se vive y sufre en nuestro país… lo que nos está dando cáncer, enfermedades mentales y provocando suicidios no es la Constitución misma. Es el sistema político y la economía. El sistema “productivo”, instalado en Chile desde que llegaron los europeos a saquear estos territorios, modelo colonial que adoptó ciegamente la República de Chile, que fue consolidado y legalizado durante la dictadura y renombrado neoliberal.
Es la fase “destructiva” primaria, el extractivismo neocolonial, basado –en nuestro país– en la megaminería, la pesca y salmonicultura industriales, las plantaciones de pinos y eucaliptus, y los masivos monocultivos impuestos por la agroindustria, que no consideran el entorno socioambiental, la biodiversidad original, las pendientes de los terrenos, la capacidad de carga ecosistémica… ni siquiera la disponibilidad hídrica para todo lo viviente que necesita agua en las localidades o cuencas, incluyendo las comunidades humanas. Estas actividades industriales son las que están degradando el territorio y matándonos poco a poco.
Por supuesto que desde 1980 todo el modelito, en su versión refinada, está anclado en la Constitución del 80 y, ¡ojo!, también en todas las leyes complementarias y sectoriales que le siguen –otro pequeño detalle que se tiende a soslayar–. Pero, una cosa es cambiar la Constitución, constituida, después de todo, de miles y miles de palabras escritas en un pergamino, papel o computador, y otra cosa es librarnos en el territorio, en el terreno, del modelo de antidesarrollo que impera en Chile desde la llegada de los europeos.
Nuestro país, desde que es república, ha tenido sucesivas constituciones y, a juzgar por el resultado final, es decir, el Estado en que estamos hoy, queda claro que las constituciones y legislaciones que se han ido creando y aplicando desde entonces no han dado a luz una sociedad realmente funcional, sana y equilibrada. ¡Muy lejos de eso! No es necesario aquí entrar a las pruebas, hechos y cifras. Saltan a la vista.
Es mucho más fácil escribir una nueva Constitución, dada la cantidad de buenas mentes disponibles, que desfasar el modelo extractivista del territorio, palmo a palmo, localidad por localidad, cerro por cerro, región por región, valle por valle.
¿Qué se hace con todas las aguas privatizadas, con todas las tierras apropiadas en latifundios como antaño, o en su versión moderna del campesino asalariado de la agroindustria, cultivando, para millonarios, los masivos y monótonos productos de exportación? ¿Qué hacemos? ¿Expropiar, expropiar, expropiar? ¿Derogaciones, caducidades por doquier? ¿Cómo les decimos basta a la minería y a la pesca industrial y sus malas artes? ¿Les decimos chao pescao a los magnates Luksic y Angelini? ¿Cómo se eliminan los más de tres millones de hectáreas de plantaciones de pinos y eucaliptus para restaurar las cuencas de las cuatro regiones donde se concentran, que resultan ser las con más altas tasas de pobreza? Proceso de restauración que podría tomar siglos… ¿Se las quitamos a mis parientes Matte y a los Angelini así no más?
Hay quienes argumentan que se les puede espetar que ya lucraron lo suficiente explotando el territorio y a la gente y bienes nacionales de uso público y naturales que no les pertenecen. ¿Recuperamos estas tierras a través de nuevas leyes, normas y regulaciones, partiendo por una nueva Carta Fundamental?
Ojalá seamos capaces de proponer una Constitución virtuosa que pueda sentar las bases de un modelo económico terciario, regenerativo, basado en un sistema productivo ecológico, circular, que asume que la ecología es una ciencia normativa; que asume que, si queremos salud y calidad de vida para la humanidad, la naturaleza está primero. Una Constitución que haga florecer una sociedad tan virtuosa como la naturaleza. ¿Qué viene primero, eso sí, el huevo o la gallina?
Es difícil desplegar sistemas sociales sanos morando en ecosistemas degradados y, a su vez, es muy difícil cultivar un entorno íntegro desde sociedades disfuncionales. Estas últimas, más bien, degradan gravemente su entorno. Hay miles de ejemplos de auges y caídas de imperios a lo largo de la historia de la humanidad y estas caídas son siempre ‘socioambientales’ y estrepitosas.
Si otros fueron capaces de consagrar el ultraneoliberalismo y el extractivismo neocolonial en una Constitución y leyes complementarias, debiéramos ser capaces de acuñar un nuevo entramado jurídico que instale lo opuesto. Que instale nuestra utopía socioecológica realizable, de la que se habla y con la que se sueña en plazas y calles, en hogares y aulas. El desafío de fondo es lo que vendría después de lograr tener esta nueva Constitución. Algo que es, para empezar, y sin duda, muy complicado, dadas las oscuras fuerzas retrógradas inerciales que nuevamente operan con todo…
Pero, realmente, lo más difícil es lo que vendría después. Una misión casi imposible, dada la pesada, densa, inercia del feroz daño socioecológico infligido a nuestro territorio y población desde la llegada de los brutales conquistadores españoles. Y también la de los británicos, que han pasado mayormente piola, a pesar de empujarnos a la Guerra del Pacífico –para tener, a través de un Chile-títere, el control del salitre nortino rico en nitrógeno, indispensable en esos tiempos para fabricar pólvora–, y de traer a las regiones australes de Chile y Argentina genocidas océanos de ovejas (lana para su famoso tweed), las quemas masivas de bosques nativos para «limpiar» las tierras para esta ganadería ovina, y el negocio maderero, precursor del socioecocida sector «forestal» actual.
Necesitamos liberarnos de este karma mortal, y reconstruir el país entero. Restaurar todo el territorio y las comunidades que lo habitan… restaurar nuestros cuerpos, corazones y mentes. Magno desafío que exige que las chilenas y chilenos estemos despiertos(as) e informados(as) atinando, actuando como un solo ser simbiótico. ¿Seremos capaces? ¿Están dadas las condiciones? Pareciera que la principal y urgentísima tarea ciudadana colectiva de hoy es crearlas. De que se puede, se puede… Depende del ñeque y de la chilena astucia que le pongamos.
Por: Juan Pablo Orrego
Publicada en El Mostrador